Los símbolos patrios y la urdimbre de la estafa y el engaño

-El Himno Nacional-
 

Donde la batalla de los símbolos patrios ha dejado claramente el sello de las fuerzas opuestas al oscurantismo religioso feudal y a la opresión nacional de las potencias colonialistas y expansionistas es en el actual Himno Nacional, escrito por Emilio Prud’homme en 1883.
Allí, en todas sus estrofas, queda establecido que sólo el pueblo quisqueyano es el artífice de su libertad e independencia. Todo ese arsenal de disparates oscurantistas religiosos, como lo de dios, la virgen, los milagros, el “todopoderoso”, etc., etc., son dejados en el zafacón de la historia. No se mencionan.

Y, coincidiendo con los aportes de la ciencia del materialismo histórico, reconoce la validez de personalidades en la medida y sólo en la medida en que sus ideas y su labor política se transforman en una fuerza material tan pronto el pueblo quisqueyano las hace suyas.

Más aún. Rompiendo con el convencionalismo de llamar a los nacionales dominicanos por ese patronímico que apesta por su tradición clerical católica aludiendo al tal Santo Domingo de Guzmán, Emilio Prud’homme adopta el nombre de Quisqueya y de quisqueyanos para designar a los habitantes de la antigua colonia española de la isla de Santo Domingo y saldar cuentas con el viejo colonialismo español. Con esto deja reivindicado, Emilio Prud’homme, uno de los nombres que la exterminada raza indígena utilizaba para designar a esta isla, y al mismo tiempo reivindica en el pueblo que se libera del yugo colonial español, no su origen “hispano” por la lengua, raza, costumbres, creencias, etc., sino su origen de pueblo continuador de las valientes luchas por la libertad de la raza indígena.

No es de extrañar que la propuesta de Himno Nacional de Emilio Prud’homme como símbolo patrio en 1883 ganó el Concurso Nacional y que la Iglesia Católica, a través de los monseñores Meriño y Nouel, apoyándose en déspotas sanguinarios como Ulises Heureaux, trató de impedir que se oficializara con carácter obligatorio.

Finalmente, en el 1933, el gobierno de Trujillo se vio en la obligación de reconocerlo como Himno oficial de la República Dominicana, pero mutilándolo hasta dejar sólo las primeras cuatro estrofas. Nuestro símbolo patrio quedó así amputado de lecciones de educación política de enorme significado para todo nuestro futuro histórico, como los versos que dicen: “Y es su escudo invencible el derecho, y es su lema ser libre o morir”. ¿Puede la dictadura de las clases explotadoras, aún la más democrática, inculcar en la población oprimida un lema o consiga de esta naturaleza sin verse expuesta a continuas sublevaciones? ¿No es acaso la democracia burguesa la proclamación de un conjunto de derechos cuya realización dentro del marco del capitalismo es tan solo condicional y precaria?

La amputación de estos versos no fue un capricho del sátrapa sanguinario Trujillo ni una necesidad estética, artística, para no alargar y hacer aburrido el Himno Nacional escrito por Emilio Prud’homme. Jamás debemos de olvidar que en la sociedad de clases, todo arte es reflejo de una línea política de clases. Este himno correspondía al arte y literatura de la burguesía dominicana en una fase histórica ascendente, revolucionaria, en la cual era capaz de expresar frente a las potencias coloniales imperialistas las más audaces consignas para unificar a toda la nación.

Pero ya en 1933 se trataba de una intelectualidad adocenada, presta a las componendas con el dictador Trujillo y con la misma Iglesia Católica.

 

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