UNA VERDAD COMO EL SOL

La Iglesia Católica y su cardenal son un baluarte de la corrupción y el parasitismo a costa del pueblo-país

 

La Iglesia Católica en el país, como sucursal del Vaticano, S. A., es simple y llanamente un baluarte, la atalaya para ser más exactos, de la corrupción que tiene sus raíces en el parasitismo, del que la iglesia cristiana es la más cabal y completa exponente a todo lo largo y lo ancho de la historia universal en 2000 años, particularmente en la República Dominicana o Santo Domingo, desde el día mismo en que empezó la colonización hasta el día actual del 2003.

Son simple y llanamente gritos y aspavientos de la bestia sanguijuela inmoral que es la Iglesia Católica, que se siente herida y teme por la pérdida de sus privilegios parasitarios como, del mismo modo, son puros actos de hipocresía lo de la oposición a la corrupción de parte del Episcopado Dominicano y, en particular, del cardenal Nicolás de Jesús Hildebrando Borgia López Rodríguez.

La historia de la Iglesia Católica, por ejemplo, durante la negra tiranía trujillista, lo mismo que durante la ocupación norteamericana del 1916, que fuera estimulada por la traición al país de ese infame llamado Arzobispo Nouel, que deliberadamente renunciara al cargo de Presidente del país para crear así el caos y justificar los planes intevencionistas norteamericanos.

Como fue infamante y corrupta la postura de monseñor Pitini, que actuó como colaborador de primera línea del dictador y su perversa y corrompida tiranía. La firma del Concordato, del Vicariato Castrense y del Patronato Nacional San Rafael son testimonios inequívocos y elocuentísimos de que esa misma Iglesia Católica que hoy grita y se pinta de baluarte contra la corrupción, era parte activa y decisiva de la dictadura de Trujillo.

Esos tres testimonios: Concordato, Vicariato Castrense y Patronato Nacional San Rafael, hablan por sí mismos de la condición intrínsecamente corrupta e inmoral o amoral de la Iglesia Católica, de su Episcopado y, en particular, de su cardenal Nicolás de Jesús Hildebrando Borgia López Rodríguez.

Obtuvieron del tirano, igual que de Constantino, Justiniano y todos los grandes criminales del Occidente los más descomunales privilegios y beneficios. Pero, por esa condición intrínsecamente corrupta que emana de que Roma fuera fundada por una prostituta que en los tiempos en que nacieran los legendarios Rómulo y Remo, eran las de ese oficio llamada loba, como loba son denominadas las escopetas de ajustes de cuentas de la mafia siciliana.

Tan pronto lograron lo que habían esperado, aguardando sigilosamente como las serpientes venenosas, esa Iglesia Católica se lanzó sobre la presa y, desde entonces, dos años después de firmado del Vicariato Castrense y otorgádole el Patronato Nacional San Rafael, esa Iglesia Católica estaba en la primera línea de la conspiración contra el dictador Trujillo en aras, que nadie se engañe, no del pueblo ni de la democracia, sino sólo de cosechar los ilimitados beneficios de esos documentos y pactos, equivalentes a sendos testamentos de herencia del dictador a su favor, a favor de la Iglesia Católica.

Decapitada la tiranía y muerto el dictador, la Iglesia Católica, corrupta y corrompida, exigió su herencia y, adueñada del mando de las Fuerzas Armadas, en noviembre del año 1961 lanzó la soldadesca trujillista criminal contra los campesinos de San Juan de la Maguana que practicaban ritos propios del cristianismo primitivo y decenas de miles de campesinos fueron sometidos a la más despiadada y sangrienta represión criminal, encabezados por militares trujillistas que habían recibido sistemáticos lavados de cerebros a favor del catolicismo recalcitrante, entre los que se encontraban el general Rodríguez Reyes, muerto en el curso de aquel genocidio, así como Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Así se consolidó la vigencia plena e indiscutible de la Iglesia Católica por la vía del Vicariato Castrense sobre las Fuerzas Armadas hasta el día de hoy, siendo bajo la guía espiritual de la Iglesia que esas Fuerzas Armadas han cometido todo tipo de acciones en favor de la corrupción, la opresión, la explotación y el crimen.

¿Por qué el cardenal Nicolás Hildebrando Borgia López Rodríguez y el Episcopado lanzan la crítica contra la corrupción administrativa del gobierno actual que en el ejercicio de esa misma corrupción le aportó y le entregó más de 3,000 millones de pesos a fines del 2002 para dárselos como soborno que esos prelados aceptaron sin mirar de donde provenían esos 3,000 millones de pesos?

¿Es que el cardenal Nicolás Hildebrando Borgia López Rodríguez ha estado empeñado en que se le apruebe el consorcio de la Zona Colonial, y que, como el proyecto ha estado paralizado en la Cámara de Diputados, él, el cardenal Nicolás Hildebrando Borgia López Rodríguez ha estado llamando y visitando personalmente a cada diputado para que le aprueben ese corrupto y enajenante proyecto de ley que de inmediato le pondría en sus bolsillos 50 millones de dólares como préstamos además de que sería esa zona una especie de Ciudad Vaticano para su desmesurada ambición egolátrica que raya en un híbrido entre la enajenación religiosa y la alineación por su gusto por el dinero y la vida lujosa.

¿Es o no corrupción espiritual, y práctica sobre todo, tanto el consorcio como el chantaje montado al espurio gobierno de Rafael Hipólito Mejía, puesto que esa institución parasitaria que es la Iglesia Católica, cuya historia es el protagonismo de la más grande criminalidad instaurada sobre la tierra, no conoce otros métodos ni otros procedimientos que la extorsión, el chantaje y la coacción? ¿O acaso no son éstos elementos propios y característicos de la corrupción?

El temor, no cabe duda que se ha enseñoreado en las altas jerarquías católicas, que temen que la población siga tomando conciencia del engaño y la función de opio del pueblo que desempeña la Iglesia Católica y todas las religiones, cristianas o no, en el seno del pueblo.

La Iglesia Católica y sus prelados fueron siempre agentes del balaguerismo, particularmente en su más negro período de los 12 años. Y en forma abyecta han apoyado el sistemático empobrecimiento del país, su saqueo, su expoliación, etc., sólo a cambio de que le den su ración, y así ha sido y no de otra manera.

La Iglesia se jacta de que trabaja, pero en lo que la Iglesia Católica trabaja, el Estado dominicano pone el capital y la Iglesia, parasitariamente se apropia de los beneficios materiales, amen, o sea ni que decir, de las deformaciones oscurantistas y supersticiosas que dejan sembradas en la ignorante conciencia de la gente del pueblo.

Daba gusto y rabia ver, por ejemplo, al perverso Nicolás de Jesús Hildebrando Borgia López Rodríguez durante su llamada semana santa, en que conmemoran el rito paganístico de la muerte y resurrección de Cristo, su dios, que es el eterno culto al mismo dios Mitra, hijo del sol, o del ternero sobre la serpiente, o de la primavera sobre el invierno, el culto pagano a los dioses para que le premie con buenas cosechas, en donde Nicolás de Jesús Hildebrando Borgia López Rodríguez hablaba y hablaba, cual poseso, colocando fábulas y falacias sobre falacias, fábulas y más fábulas para justificar todos los mitos cristianos que conducen a que su iglesia es la verdadera, su jefe, el Papa, es el representante de dios en la Tierra y cada cardenal es el representante de dios en su zona, país o región y, por lo tanto, sus palabras son palabras de rey.

Esa Iglesia no acepta la responsabilidad ni su protagonismo de primer orden en la corrupción, no sólo gubernamental, sino en la corrupción general en que están sumidos el país y la sociedad y en la que los obispos y sus batallones de curas son los primeros y principales responsables.

Si Félix Jiménez se atrevió a mencionar a la Iglesia junto al Poder y a la prensa, lo hizo sólo en forma desesperada y apenas dijo, en forma hueca, una insignificante parte de la verdad. Y hasta lo hizo en forma tan cobarde como inconsecuente, cosa tan propia de todo emepedeísta oportunista, que en su traición sólo dicen o mencionan verdades a medias, no atreviéndose a sostenerlas, a profundizarlas ni a defenderlas con una argumentación basada en los hechos ni analizada a la luz de los principios de los que han vivido huérfanos.

Félix Jiménez es un bocón, viejo emepedeísta, asincerado como peñagomista, igual que otros, como Virgilio Bello, por ejemplo, que habla de justicia clasista, lo cual es una vacuencia, ya que, teniendo toda justicia un carácter de clase, de lo que se trata es de afirmar que la nuestra es terrateniente burguesa, clerical feudal, al servicio de la burguesía monopolista y en contra de la clase obrera, campesina y de los trabajadores en general. Esas expresiones de Félix Jiménez, de por sí, son reflejo de cómo piensa y encubre sus acciones un tránsfuga que, desde su juventud, quiso comercializar con la ciencia, los principios y la verdad.

En el perredeísmo y en el peñismo eso es tan común y corriente que, por ejemplo, a Tomás Castro y a Rafael Flores Estrella los oímos dando ejemplos de esa vacua oportunista duplicidad hipócrita que testimonia sólo su compromiso con las cavernas políticas y los enemigos del pueblo.

Estos dos hablan del Cardenal como el santo hombre y su excelencia. Sin embargo, lo hacen dando de lado u olvidando que, después del gobierno de Salvador Jorge Blanco, Rafael Flores Estrella, al ser acusado por los balagueristas de corrupción y del asunto salió a colación un cheque millonario. El mismo Flores Estrella declaró que ese cheque le fue entregado al cardenal Nicolás de Jesús Hildebrando Borgia López Rodríguez y éste tuvo que admitir que, efectivamente, había recibido el cheque y que lo tenía depositado en una cuenta a plazo fijo y que sacaría el dinero y lo devolvería.

¿De qué carácter clasista en general hablan de la justicia y qué es lo que pretenden negar los incumbentes de ésta? Hablemos claro, el poder, por ejemplo el de Rafael Hipólito Mejía, el poder militar y policial, la Iglesia y la prensa son de los explotadores y opresores. Son la fuente, el baluarte y la atalaya no sólo de la corrupción gubernamental, sino de toda la corrupción que ahoga y asfixia al pueblo dominicano.

 

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