La ciencia ha demostrado absoluta validez de la evolución y ha derrotado falacias religiosas de la creación como ridículas y salvajes

 

Nadie puede dejar de reconocer que la arqueología, la antropología, la biología, la ecología, la geografía, la historia científica, las ciencias físico-químicas, etc, han coadyuvado decididamente a dejar sentadas las bases materiales para el esclarecimiento definitivo y categórico, así como para la ulterior superación de las tantas falacias y fabulaciones religiosas en torno a la aparición y desarrollo del hombre en la tierra.

La teoría del origen del hombre como resultado de la evolución de la materia y que rechaza la creación del mundo y de la vida por un ser todopoderoso gana cada vez más terreno.

Los partidarios de la disparatada leyenda de la creación divina insisten en la vulgaridad anticientífica de plantear que si el hombre viene del mono, por qué los monos en la actualidad no siguen convirtiéndose en humanos, o aquella no menos perversa como mendaz de que los científicos no han podido demostrar que la vida evolucionó a partir de materia inanimada sin la intervención divina, o la inescrupulosa manipulación de los datos aportados por los hallazgos arqueológicos para justificar ese montón de perversidad, atraso y podredumbre, expresados incluso con poca o ninguna elegancia, que es la Biblia.

En primer término, la ciencia ni la teoría de la evolución han establecido la simplista como anticientífica tesis de que el hombre viene del mono. En este tenor, los partidarios de la evolución sostenemos que el mono y el hombre tienen un origen común.

La ciencia define la evolución como la generación de especies nuevas a partir de un grupo de seres vivos que intercambia genes, intercambio que da paso a la diversificación de caracteres para finalmente dar lugar a especies diferentes, lo cual sucede cuando estas variedades ya no pueden cruzarse. Desde entonces sus historias evolutivas serán diferentes, ya que los genes que se incorporan (o modifican) en una de ellas no podrán pasar a la otra.

Cuando la ciencia establece que el hombre y los monos son animales pertenecientes a un mismo grupo de seres vivos, lo que está diciendo es que esos seres vivos pudieron intercambiar entre ellos genes porque provienen de un tronco común, un punto de partida común, generando, o lo que es lo mismo, produciendo seres con combinaciones genéticas diferentes a sus progenitores (que es el evolucionar) hasta llegar a un punto donde ya no pudieron cruzarse y ahí en ese punto tuvo origen una nueva especie diferente a la que le sirvió de punto de partida, y cuya historia evolutiva será, a partir de aquí, diferente.

Esto podríamos ilustrarlo así:

Si vamos para La Vega, Jarabacoa y Santiago, que son tres ciudades diferentes, tenemos, sin embargo, que dirigirnos a la carretera Duarte en los tres casos, no a la Vía del Este, ni a la carretera de San Cristóbal. La carretera Duarte es un camino común para esas tres ciudades de La Vega, Jarabacoa y Santiago. Pero una vez que llegamos a la entrada de La Vega tomamos un camino que sólo nos lleva a esa ciudad. Asimismo, cuando llegamos al cruce de Jarabacoa, una vez nos encaminamos por el ramal que conduce a ese poblado, ese ramal sólo conduce a ese poblado y no a las otras dos ciudades cibaeñas antes mencionadas. Lo mismo ocurre si nos encaminamos a Santiago.

Lo que plantea pues la ciencia es que mono y hombre parten de un tronco común, pero que cada especie se bifurcó por senderos propios y diferentes entre sí.

 

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